En
la época en que era asiduo concurrente a los ambientes del Poder Judicial por
los 84 juicios penales que me acompañaron a mi salida de la Alcaldía, los cuales,
permítanme decirlo, los gané todos sin necesidad de ofrecer ningún momio y, en
honor a la verdad, sin haber recibido nunca
una insinuación siquiera para que
con una sinecura, asegurara una sentencia a mi favor.
En uno de esos casos me las tuve que ver
con un fiscal con cara de pocos amigos y de un resentimiento, vaya usted a
saber por qué. No me equivoco si digo
que de entrada no nos caímos bien. Recuerdo haberlo saludado con un “buenos días” que no merecieron ni la
levantada de cejas como respuesta. Entonces, me dije: “este pata viene dispuesto a buscar mi condena”. No recuerdo el
caso, pero sí el áspero diálogo que mantuvimos en su interrogatorio, a tal
extremo que tuvo que intervenir el director de debates, para calmar la cosa.
Me hizo una acusación sustancial. Es decir, como me explicó mi abogado Luchito Verona,
el tipo estaba convencido de mi culpabilidad.
Finalmente fui absuelto y no lo volví a ver. Pero me había quedado con
el clavo, con el que suele quedarse la gente que es acusada injustamente. Ese
fiscal se llama César Bravo Llaque.
Es de Ferreñafe. Una amiga común, quien sabía del calvario que tuve que
atravesar luego de alejarme de la municipalidad, oyéndome hablar de mis
peripecias judiciales y refiriéndome a Bravo y su evidente inquina hacia mí, me
dijo que yo estaba equivocado.
“Es un hombre que viene de abajo. Es
honesto. Conoce su profesión. Incapaz de generar actos irregulares”. Noté a mi amiga convencida de lo que me decía. Sin
embargo, hasta hoy me queda la sensación que si bien una persona como Bravo
Llaque puede tener muchos méritos en su profesión y actividad diaria donde, hay
que decirlo, suelen pasar muchas tentaciones, tiene algo que le genera
antipatía. Los jueces y fiscales no solo deben ser conocedores de códigos,
leyes y otras experiencias judiciales, sino fundamentalmente ser JUSTOS. Y por lo que sé, Bravo no es tan justo que
digamos.
Bravo
Llaque es fiscal superior adjunto y ha postulado para un cargo superior. No ha
tenido éxito, pero ha quedado a la expectativa como algunos otros. Si se
produce una vacante, él entra. Y, entonces, me parece que alguien le habrá
dicho: “Tienes que despuntarte y mostrar
tus condiciones. Y en eso no hay mejor camino que la prensa”. No cabría otra
explicación para entender el porqué un hombre parco, con cara de pocos amigos,
le concede una entrevista al diario
Correo, el popular y muy leído periódico
que ha dedicado más de 50 portadas al exalcalde Torres y a su grupo de los
“Limpios de la Corrupción”.
Dos
casos delincuenciales emblemáticos hemos vivido en Chiclayo: La “Banda del
Viejo Paco” y la organización delictiva de Torres Gonzáles. En ninguna de las
dos ha estado Bravo, y, como me dijeran algunos abogados, esa ausencia con
tremenda cobertura mediática debe haberles dolido a más de un fiscal. Más aún
si se busca un ascenso. Pensar que un joven
fiscal como Juan Carrasco es hoy conocido en los más altos círculos del
Ministerio Público por su actuación al lado del fiscal Sergio Zapata, sin duda
que habrá generado urticaria en más de uno.
Pero,
así es el fútbol. Como hemos dicho los hinchas del Aurich: “Junior Viza hizo el mejor gol del año, pero perdimos el
campeonato”. No sé quién designo a Zapata y Carrasco para que vean el caso de
Torres Gonzáles. Me imagino que algunos habrán pensado que no iban a llegar
lejos. Craso error. Hoy, el exalcalde
está preso, el único en la historia de la municipalidad. Y varios de sus
funcionarios también. Y hay prófugos, nuevos denunciados, colaboradores
eficaces, prensa local y nacional que se interesan en el caso, portadas en
diarios nacionales y entrevistas en los programas dominicales para Zapata y
Carrasco.
Y,
claro, lo digo con sinceridad. A mí, de haber sido fiscal y de haber estado
buscando un ascenso, me hubiera dolido en el alma el no haber sido el fiscal
protagonista en este caso de buten. Cuántas
páginas en los medios escritos, cuántas horas de radio y televisión y de
posteridad histórica cuando se escriban los libros que están generando estos
hechos. Cómo no sentirse frustrado. Y, entonces, me convencen que no hay otro
camino que acudir a los medios, pero debo decir algo que llame la atención, que
sea novedad. Y, entonces, me olvido que tengo que pedir autorización para
dar declaraciones públicas. Me olvido de mi jefa inmediata y de la Presidenta y
hablo.
Eso
es en esencia, lo que ha hecho Bravo Llaque. Y, entonces, en Correo lo acogen y
levantan una profecía del fiscal-candidato: “Hay una nueva red criminal en la Región Lambayeque” y sin ningún
reparo agrega: “Allí están comprometidos
exfuncionarios de Cofropi, agentes de la Sunarp, incluso quienes le dan
legalidad como los notarios, o sea, es
una red”. ¿Así debe actuar un fiscal? No
recuerdo de alguna vez en que representantes del Ministerio Público hayan
hablado sobre alguna actividad delictiva, menos que hayan alertado a quienes
probablemente la estén realizando.
¿Bravo está desesperado o el periodista
que lo entrevistó lo hizo pisar el palito? Lo cierto es que lo que ha dicho, que debió merecer una rápida
respuesta de por lo menos el Colegio de
Notarios de Lambayeque (¿existe?), sí la ha tenido entre sus colegas,
abogados y fiscales, para los que las declaraciones de Bravo no les han caído
bien. En momentos en que la impolutez de los fiscales lambayecanos está en tela
de juicio, las versiones que recoge el Correo son que hay tres que han sido
denunciados, dos hombres y una mujer. Lo dicho por Bravo sabe a chicharrón de sebo.
“Son ellos, yo no”, parece dar a
entender en lo publicado.