“¡Que Dios los bendiga! llegó a decir Wilma, la hermana de Roberto Torres, antes que, llevada por varios
policías, ingresara a la sede del Ministerio Público, cuando los periodistas
que habían sido alertados de su presencia buscaban arrancarle alguna declaración. Era el viernes 15 de Mayo 2015. Una semana
después, la jueza Cecilia Grández Rojas
desestimó el pedido de la Tercera Fiscalía Provincial Penal Corporativa de
Chiclayo, de que internaran a la detenida por 18 meses en el penal de Picsi. Para la jueza, lo solicitado por la
Fiscalía no estaba bien sustentado y dictaminó su libertad bajo comparecencia.
Wilma, al escuchar la decisión, volvió a decir “Que Dios los bendiga”.
Y claro, me pongo a pensar, porque varias veces lo he dicho, no hay actividad humana en la que el Hombre se parezca más a Dios,
que la Administración de Justicia. Solo los que, como yo, hemos estado
sentados en el banquillo de los acusados y enfrentado, en mi caso más de 80
procesos judiciales, sabemos lo que se siente estar en la condición de
acusados. Y por supuesto la familia. Esa que nunca te deja, aunque seas el criminal
más atroz.
Debo aclarar que mis procesos,
todos los gané aunque uno duró casi 12 años, fueron con el antiguo Código
Penal. Es decir el Fiscal pedía prisión por equis cantidad de años y mientras
no hubiera sentencia judicial, no te podían privar de tu libertad. Sin
embargo, como suele pasar, habían policías y periodistas que se ponían de
acuerdo cuando alguna persona reconocida caía en desgracia y lo mostraban como
si fuera el peor de los criminales.
En cierta ocasión estaba en
el viejo local del Poder Judicial. Mi
abogado en aquel tiempo era Luis Verona.
Él estaba averiguando cierta información en un juzgado que estaba cerca de
la oficina de la Policía Judicial. Yo lo esperaba en la puerta. De pronto, un tipo bajito, acholado, me
empezó a hacer señas como
llamándome y yo me acerqué. Me preguntó
si yo era Fernando Noblecilla y yo le dije que sí. Me pidió que ingresara a
la oficina de la Policía y a la señora que estaba frente a la computadora, le
dijo: “él es el señor Noblecilla” y
ante la cara de desconcierto de la mujer, el tipo le dice “está requisitoriado”
Me sorprendí y le dije: “voy por mi abogado” y él me respondió:
“no puede salir”. Lo miré de arriba
abajo y le dije: “yo vine por mi
voluntad e igual me voy”. Felizmente, Lucho estaba allí cerca y me preguntó: “¿Qué pasa?”. Le conté y encarando al
policía le dijo: “¿Dónde está la orden?
Y el tipo le dice: “la están buscando”.
Lucho, entonces me preguntó si sabía qué juzgado era, le dije que sí y nos
fuimos corriendo. Otro policía, de esos
amatonados que nunca faltan, se unió en la persecución y decía, casi a voz en
cuello: “agárralo para enmarrocarlo”.
Al final, no me pasó nada, pero
ese tipo de trabajadores que tiene la justicia en nuestro país es lo que la
desnaturaliza. ¿Por qué querían enmarrocarme? Pues para ganarse un sencillo. Llamaban
a los medios y al día siguiente el o los titulares: “Detienen a exalcalde” y la
foto del atribulado detenido que implicaba una aceptación de haber cometido
delito. ¿Eso pasaba antes, con el código antiguo? Sí, pero pasa hoy también
y de manera aún más descalificadora para la dignidad de las personas.
Me pregunto cómo se sentiría
usted, sobre todo si es abuelo como yo, si está tranquilo en su casa y de
pronto le abren la puerta y entran una docena de personas y dicen ser policías
y por allí otras que dicen “somos fiscales” y sin remordimiento alguno
lo enmarrocan y levantan todo lo
que pueda dar información, incluidos los aparatos informáticos de sus nietos.
Y allí no queda la cosa, pues cuando llega al local policial ya hay un numeroso
grupo de periodistas esperándolo y tomándole fotos.
¿Cómo se sentiría si una semana
después, y luego de haberle achacado mediáticamente que usted es el mayor
malandrín de la historia, la jueza le dice “se puede ir?”. Eso está pasando
en el país, porque, a la deficiente tarea de los fiscales, se une la
desesperación de algunos de los llamados
“colaboradores eficaces”, por seguir en libertad, manchando honras, difamando
escudándose en el anonimato legal, cuándo deberían estar presos.
Por el caso de “Los Limpios de la Corrupción” hay más
de 15 detenidos bajo la modalidad de “Prisión
Preventiva”. La prisión preventiva,
como detergente fiscal para los denunciados con mayor presencia en los medios,
resulta, según el Juez Supremo Duberly Rodríguez,
“un abuso sobre todo cuando se decretan
de manera indiscriminada”. Y añade, en declaraciones dadas a un semanario
local (Expresión): “El proceso debe
afrontarse en libertad, cautelándose la presunción de inocencia”. Y con preocupación se pregunta. “¿Quién le repara el daño, de haber estado
preso injustamente?”. Y claro, la opinión mayoritaria de los abogados
coincide con las de Rodríguez Tineo cuando dice: “UNO DEBE IR A LA CÁRCEL CUANDO ES CONDENADO, NO CUANDO ES PROCESADO”.
No soy abogado y por lo tanto, no
puedo entrar en una discusión dialéctica sobre la doctrina que implica en el
derecho actual, el NCPP, pero hay
señalamientos que, para el menos capaz resultan clarísimos. El Artículo 2 del
Título Preliminar del NCPP, dice: “Toda
persona imputada de la comisión de un hecho punible es considerada inocente y
debe ser tratada coma tal, mientras no se demuestre lo contrario y se haya
declarado su responsabilidad mediante sentencia firme debidamente motivada”.
Y se añade: “HASTA ANTES DE LA SENTENCIA
FIRME, NINGÚN FUNCIONARIO O AUTORIDAD PÚBLICA PUEDE PRESENTAR A UNA PERSONA
COMO CULPABLE O BRINDAR INFORMACIÓN EN TAL SENTIDO”.
Como muchas normas y leyes en
nuestro país, eso es solo un disparo al aire. Hace algunos años atrás, me
alcanzaron el Oficio Circular No.
008-2008-SG-CS/PJ del 08 de Enero del 2008, que la, por entonces, Secretaria General del PJ, María del Carmen
Gallardo Neira le envío a Roger
Herminio Salas Gamboa, por aquel tiempo Presidente de la Corte Suprema, acompañado del Estudio sobre Evaluación de Salud mental para el proceso de
Ratificación de Magistrados. Los psiquiatras Alberto Perales Cabrera y Héctor Chuc Pinche, hicieron el trabajo
con resultados sorprendentes, que desde luego no puedo actualizar por razones
obvias.
Pero esto decían los expertos: “A 20 magistrados se les sometió a una
entrevista clínica psiquiátrica y psicométrica. 40% eran limeños y 60%
provincianos. En 50% no se encontró patología
psiquiátrica. En 30% trastornos de ansiedad y depresión. En el 20% restante, sospecha de Trastorno
Orgánico Cerebral. A éstos últimos se
les recomendó ampliar la evaluación y se detectó a un 50% con Trastornos de
Personalidad, a un 25% con rasgos sociopáticos, 5% de tipo impulsivo, 5% Trastornos
mixtos con rasgos de dependencia de la figura femenina y 15% con rasgos de
inmadurez e inestabilidad emocional. Además 25% presentaba patología médica
(hipertensión arterial, artritis, diabetes, hiperuricemia y obesidad). En el
90% se detectan factores de estrés”.
Actualmente, el CNM sí somete a
los magistrados a un examen psicológico y psiquiátrico, pero solo ellos conocen
los resultados. No existe, de acuerdo a datos que he podido obtener, un
registro de magistrados con diagnósticos de estrés. El Banco Mundial estima, en un estudio hecho en el país, que los
magistrados deberían ver un promedio de 600 casos al año, sin embargo la
cantidad que se les asigna a los magistrados es INIMAGINABLE. Y ahora se les
pide celeridad.
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