jueves, 22 de mayo de 2014
CÓMO NO AMARTE CHICLAYO
Hace algunos años, exactamente 14, cuando ocupaba el cargo de alcalde de la provincia, una mañana mientras tomaba desayuno, escuché en Radio Fuego, en el programa que dirigía Willy Serrato, a mi amigo Alfredo Montenegro Bermeo, criticarme acremente por algunas acciones que pasaban en la ciudad y remarcando que el problema era que “el alcalde Noblecilla no es chiclayano”, en una evidente demostración de macartismo provinciano, que me llevó a tomar el teléfono y llamar a la radio para que me permitieran dar mi opinión.
Serrato accedió y yo pude decirle a Alfredito lo siguiente: “me acusas que no soy chiclayano y es verdad. Yo no nací aquí, pero mi madre sí. Mi esposa también. Mis cinco hijos son chiclayanos. Cinco de mis siete nietos también. ¿De donde soy? De Chiclayo”, le dije. “Ésa es una de mis contribuciones a la ciudad y tú Alfredo, ¿con cuánto has contribuido?”. En ese tiempo mi querido amigo, no tenía hijos, hoy ya, y no supo que responderme. Por eso y mirando hacia atrás, me vuelvo a decir a mí mismo, CÓMO NO AMARTE CHICLAYO.
Gran parte de mi adolescencia y juventud la viví en la casa de ms abuelos maternos, ubicada en el Parque Obrero. Yo disfruté jugando futbol (en esos años no se le decía como hoy “fulbito”) en uno de los cuadros de los jardines del parque y por la edad que tenía, me parecía una cancha enorme. Los arcos lo formaban 4 ficus gigantes, que extrañamente estaban cerca uno del otro, en cada extremo de la cancha. Nunca necesitamos poner piedras para delimitar las porterías.
Con los años, pasamos los muchachos del Parque Obrero, a utilizar todo lo largo del mismo, para jugar nuestros partidos. Teníamos un poste en toda la mitad, con el que muchas veces nos chocamos. Y aún hoy recuerdo cuando venía la policía – “tombos” les decíamos- en sus bicicletas para corrernos. No había casi patrulleros, pero estaba prohibido tomar las pistas, o en nuestro caso el parque para jugar pelota.
Mi abuelo, don Teodomiro Merino Vega, era un hombre muy respetado. Fue en los años 60, Concejal de la Municipalidad Provincial de Chiclayo. Él tenía bajo su custodia la llave que controlaba el grifo de agua ubicado en uno de los cuadros del parque. Llegada la época de carnavales, era un ritual que uno de los Merino (en realidad mi hermano Coco o yo) le sustrajéramos la llave, para abrir el grifo e inundar el cuadro. Cómo renegaba mi abuelo, cuando a la mañana siguiente de la travesura, veía que el agua llegaba a la pista y casi a la vereda de la casa. No podía entender que pasaba, porque la llave siempre estaba en el lugar donde él la había dejado.
Yo formé parte de esos muchachos que en el segundo semestre de cada año, esperábamos el cine al aíre libre, que auspiciaba la municipalidad y que tenía a la pared de mi casa como pantalla de cine. Eran los sábados alrededor de las 6 de la tarde que empezaban las “seriales”. Daban tres capítulos por jornada y casi siempre quedamos con el suspenso de si el “joven” iba a poder derrotar a los “pieles rojas”. Cuántos amores nacieron al amparo de esas “seriales”.
La nuestra es una ciudad de mujeres hermosas y hombres guapos, que por aquellos tiempos sabían defender su territorio y no permitían que extraños rondaran sus calles. Cuántas broncas por parejas o colectivas, vi en el parque. Recuerdo una noche cuando Oscar “el negro” Canevaro, se “mechó” con los hermanos Aguilar, que eran cinco. El Negro podía con ellos hasta que la hermana de los Aguilar, con la tranca de la puerta de su casa, le pegó en la cabeza y lo soñó. Minutos después llegaron los muchachos del barrio de Cascarita, que es la cuadra de Leoncio Prado entre 7 de Enero y Sáenz Peña, a defender al amigo caído y los hermanos tuvieron que retirarse rápidamente.
Cuento estos detalles, para evidenciar el desarrollo de mi vida en esta ciudad, a la que fui conociendo caminando sus calles, obedeciendo a mi abuelo, en ir a comprar el pan a las 5 de la mañana a la panadería de don Manuel Arrascue, en la cuadra 12 de Sáenz Peña, para luego venderlos en la bodega de la familia, o a las 4 de la tarde, cuando salían los bizcochos de canela, que eran sencillamente extraordinarios y mi hermano y yo peleábamos para ir a recogerlos, para poder comer parte del “vendaje”, que era como le decía a la bonificación por la cantidad comprada y que resultaba ser la utilidad de la tienda familiar.
Yo soy de aquellos chiclayanos, que vivió la época de las carretas. Sí de ésas, donde se llevaban las pipas que contenían agua potable para las casas. Era de la década de los 50. La luz eléctrica llegaba a partir de las 6 de la tarde. Casi no había refrigeradoras en los hogares y para poder tomar agua helada, se recurría a las piedras para destilarla. Qué sabor. Qué frialdad. Eran los años, en que en casi todos los hogares se comía 4 veces al día. El desayuno, con la leche de vaca infaltable, el almuerzo con sopa, segundo (no se comía mucho pollo) y como remate el concolón, porque lo del almuerzo no se repetía en la noche. Luego a las 4 o 5 de la tarde, el lonche: leche y bizcochos para los chicos y café para los mayores. Y por lo menos en mi casa, a las 7 de la noche, la cena. Y contradiciendo a muchas teorías, los frejoles eran compañeros de esos platos.
Eran los años revestidos de la confianza mutua. Cuántas veces fui testigo de la llegada de compadres de mi abuelo a la hora de almuerzo que era todo un ritual en mi casa del Parque Obrero, que llegaban a saludarlo y que de inmediato recibían la invitación para compartir los alimentos. Esa generosidad de Don Merino, fue una característica que él tuvo y que a muchos de sus descendientes nos sirvió de ejemplar estímulo. Esa confianza que se daba hasta en detalles, que las generaciones actuales, no podrían creer. Casi en todas las casas había el famoso y hoy desaparecido corral. Se criaban los animales domésticos, patos, gallinas, pavos, etc. Yo recuerdo al señor que vendía la alfalfa, que cada mañana dejaba la cuartilla en la puerta de la casa y pasaba a cobrar el sábado. Sin ningún pero, es decir que se reclamase, que no era una cuartilla, o que no dejó la alfalfa un día.
Yo vi la satisfacción de mi abuelo cuando se inauguró el Mercado Modelo. En esos años, los primeros de la década de los 60, el mercado no solo era impresionante por su concepción, que empequeñecía al viejo Central, sino que además por su iluminación, posibilitaba a que las parejas de enamorados pasearan por sus inmediaciones, sin correr ningún riesgo.
Cuando recuerdo esos hechos vividos en mis años mozos, me viene a la mente aquella vieja expresión: “Todo tiempo pasado fue mejor”. Sin embargo me digo: “bueno, la vida continúa y el amor que Chiclayo fue generando en mí, cada vez es mayor”. Y entonces vuelvo a decirme: CÓMO NO AMARTE CHICLAYO, si tú me diste todo lo que un hombre puede desear en la vida. Una madre, que fue también padre para sus tres hijos, al enviudar tan joven. Una esposa, como Noemí, que no solo ha sido durante tantos años, no solo mi esposa, sino mi amiga, mi consejera y una exigente evaluadora de mi actuación laboral. CÓMO NO AMARTE CHICLAYO, si mis cinco hijos nacieron en tu suelo, crecieron y se hicieron adultos, respetándote, amándote, sintiendo el orgullo de poder decir: ”Soy Chiclayano”. Y no menciono a mis nietos, porque ellos están desarrollando su chiclayanidad. Por eso hoy, que veo tus calles destrozadas en muchas partes, que veo a mis convecinos renegando por la falta de agua, por los desagües que se rompen y crean aniegos, por los negocios perjudicados, por las enfermedades que ya afectan a muchos vecinos, porque al parecer, a nadie le interesa que una calle se pavimenta hoy y se vuelva a romper mañana, tengo que decir, CÓMO ME DUELES CHICLAYO.
Vivimos ya un año electoral. Vamos a tener varias opciones para escoger a quien deba dirigir los destinos de Chiclayo, en los próximos cuatro años. Hagamos uso de nuestro derecho, con responsabilidad, pensando en el presente y en el futuro inmediato. Que no nos ciegue el espejismo de obras hechas el último año, sin planificación ni respaldo presupuestal efectivo. No nos dejemos engañar con ofertas utópicas, que van a proliferar en las próximas horas. Chiclayo necesita de nosotros, hoy más que nunca. No lo sigamos defraudando y digamos, por el amor a Dios, a una sola voz “CÓMO NO AMARTE CHICLAYO”
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